miércoles, 9 de enero de 2013

LO SIENTO EN EL ALMA


LO SIENTO EN EL ALMA

 
(Texto elaborado en el Taller Teatro para minutos de JUAN MAYORGA. UIMP 2008)

 
            Un día en los Cursos de Verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), Palacio de la Magdalena, Santander. En concreto, la víspera de la clausura, septiembre de 2008.

            Primera hora de la tarde.

            Una habitación del primer piso, grande y luminosa.

            Una cama, un escritorio, dos butacas pequeñas a ambos lados de una mesa baja de madera de caoba. Desde el ventanal se divisan algunas nubes sobre un mar grisazul, moteado en blanco de pequeñas olas saltarinas que bailan con el nordeste. Bastante desorden en el cuarto: la chaqueta tirada en una silla, un montón de libros, carpetas y papeles sobre la cama, varios periódicos… Un ordenador portátil encendido sobre el escritorio y más libros.

            Un hombre de unos 40 y tantos, menudo, pelo castaño, con entradas, Viste de sport, con cierto desaliño. Tiene, pese a su edad, un aspecto juvenil y un aire desvalido.

            Llaman a la puerta. El hombre, entretenido con sus cosas, se demora un poco y, finalmente, abre.

            En el umbral, una chica joven, unos 24 ó 25 años. Es muy atractiva: bastante alta, tez morena, ojos verdes, pelo largo castaño claro con vetas rubias. Lleva el uniforme de recepcionista de la Universidad Internacional.

 ELLA.- (Con marcado acento colombiano.) ¿Profesor Treviño? ¿Don Salvador Treviño? (El hombre asiente). Le traigo la invitación para la clausura de los Cursos que, como sabrá usted, comienza mañana a las 12 horas en el Paraninfo.
 
PROFESOR.- Muchas gracias. No era necesario; pensaba recogerla yo mismo más tarde.

ELLA.- Verá, profesor, es que… (Pausa. Suspira.) Perdone el atrevimiento, pero es que yo… (Pausa. Suspira más fuerte; se mueve nerviosa.) Necesito urgentemente hablar con usted. (Pausa.) He estado intentando verle hoy a la salida de clase… pero como había mucha gente a su alrededor…  al final me he decidido a venir a buscarle a su habitación. Le pido mil disculpas, pero es que…

 PROFESOR.- No se preocupe, señorita, no tiene importancia. Y cálmese, cálmese un poco, está usted muy alterada.

ELLA.- ¡Ay, profesor, por favor!... ¿usted podría darme un poquito de agua? Creo que de un momento a otro me voy desmayar…

PROFESOR.- Por supuesto, no faltaría más. Pase usted, pase. (Le sirve un vaso de agua.) Siéntese aquí mismo. Y tranquilícese. (Se sientan en las pequeñas butacas, uno frente a otro.)

            ¿Tan grande es el problema?

 ELLA.- (Asiente y calla unos segundos). Verá usted. No es un problema. Es una emergencia.

 PROFESOR.- No me asuste. ¿Cómo, una emergencia? ¿De qué se trata?

 ELLA.- Bueno, no es exactamente una emergencia, sino más bien una catástrofe, aunque sólo lo sea para mí. (Pausa.) Me explico... Mire usted, yo soy colombiana. Llevo en España cuatro años, trabajando en una cosa y en otra. Me he defendido bien, pero no tengo papeles. Y en este momento…

PROFESOR.- Ya, ya me hago cargo. Lo último ha sido la aprobación en el Parlamento Europeo de la “directiva de retorno”. Una vergüenza. Durante años se ha hecho la vista gorda, pero ahora con la crisis la mano de obra barata empieza a sobrar y cada día será más complicado legalizarse…

ELLA.- No sabe usted hasta qué punto. Y si sólo fuera eso… Mi situación es dramática. Esta mañana vino la policía preguntando por mí. Los tengo encima. Sólo usted puede ayudarme. (Le mira con intensidad unos instantes. Ante su silencio, prosigue)

            Usted es una persona sensible, interesada en los problemas de los que venimos a España a buscar otra vida… Los comentarios que he oído en el pasillo sobre su curso de derechos humanos, el hecho de que presida una ONG de solidaridad internacional con Colombia y, sobre todo, su cara de buena persona, me han traído hasta aquí y me permiten confiar en que esto todavía se pueda solucionar. (Pausa.) Por lo que más quiera, écheme una mano, es usted mi última esperanza.

 PROFESOR.- Bueno, señorita… no me gusta nada que me señalen como un modelo. Y menos aún, presumir de conducta ética… (Pausa.) La verdad es que sí conozco a fondo la situación de injusticia internacional, lo que podríamos llamar el drama global cotidiano, y me duele en el alma. Trato de buscar alternativas…  y, a nivel personal, intento hacer lo que puedo, que siempre es poco, la verdad… pero cosa bien distinta es lo que yo pueda aportar en concreto en su situación particular. Y menos conjurar esa amenaza si es tan urgente como dice. En fin…

 ELLA.- Puede usted salvarme, puede si quiere. (Pausa.)

            Hay una formita bien fácil: hágame un contrato de trabajo.

 PROFESOR.- ¿Un contrato de trabajo? Pero, yo no soy empresario…

ELLA.- No hace falta, no es necesario. Sería un contrato de servicio doméstico, para trabajar en su casa.

PROFESOR.- ¿En mi casa? Ufff!!!! No sé, no lo veo posible. Compréndame, no la conozco de nada. Tiene que haber otra solución.

PROFESOR.- A todo esto… si usted es ilegal… ¿cómo es que trabaja aquí?

ELLA.- Conseguí camuflarme. Hay muchas fórmulas, se lo aseguro.

PROFESOR.- Sí, lo supongo…

ELLA.- Entiendo sus reparos, su desconfianza, es normal… pero yo le juro por Dios y por lo más sagrado…

PROFESOR.- No jure, por favor, de poco sirve poner a Dios por testigo en estos trances. Máxime cuando uno, como es mi caso, es ateo desde los dieciocho años. Me gustaría ayudarla, pero no sé si es posible. (Ella le mira compungida.) Tranquila, no la voy a dejar sola en la estacada… La cuestión es encontrar la manera adecuada…

            Voy a llamar a un familiar que trabaja en el Ministerio, quizás él…

ELLA.- (Le corta, tajante.) No, Virgen santísima, ¡¡no llame a nadie, no llame a nadie!!

 PROFESOR.- (La mira, intrigado.) No la entiendo, señorita…

            (Ella se tapa la cara con las manos y  rompe a llorar. Él se levanta de la butaca y se acerca a ella. La consuela como puede. Le da palmadas en el hombro, le pasa la mano por el pelo.)

ELLA.- (Entre gemidos y con la cabeza baja.) ¡¡Ay, profesor, usted es tan buena persona!!... Y yo no he sido sincera… No le he contado toda la verdad. Me tiene que perdonar… (Gime.) No me atrevía a decirle… ¡tengo tanto miedo…!

PROFESOR.- (Le levanta la cabeza, le separa el pelo de la cara. La mira de frente.) No tengas miedo, el miedo es nuestro peor enemigo… Puedes confiar en mí. Empieza la historia otra vez desde el principio.

 ELLA.- (Un poco más serena, pero sin dejar de gemir y con el habla entrecortada.) Ocurrió hace ya cinco años. Fue en la Universidad de Bogotá, yo estaba en mi último curso de carrera… Había uno más de tantos bochinches…, y a mi novio, que no salía de los libros, se le vino la manifestación encima. Los tombos…, la policía,  se lo llevaron detenido. Una semana en la comandancia, tunda va, tunda viene… así que para pagarle la fianza, que era un montón de dinero, me vi envuelta en un asunto de drogas.

PROFESOR.- (Alarmado) ¿Cómo drogas? Usted…

ELLA.- Fue una estupidez. No medí las consecuencias, las cosas se complicaron y tuve que salir pitada del país. Tengo que perderme de Santander mañana mismo. Están encima y no tengo otra alternativa. Si me expulsan de España, en cuanto llegue a Colombia los narcos me friegan, ¡seguro que me matan!

            Profesor, por favor, por lo que más quiera..., ¡se lo suplico! ¡¡Ayúdeme, ayúdeme!!

PROFESOR.- (Le coge la cara entre las manos.) ¿Cómo te llamas?

ELLA.- Daniela. Daniela Márquez.

PROFESOR.- La verdad, muchacha, es que esto es un verdadero marrón. (Pausa.)

            Me juego la cárcel, pero bueno… ya sabía yo que esto me podría ocurrir algún día.

            No me queda más que creerte, no hay tiempo para titubeos. Más de uno me va a llamar ingenuo o gilipollas, pero a estas alturas me importan poco las sonrisas cínicas de quienes nunca se tiran a la piscina ni en toda su miserable vida se han planteado saltar sin una buena red bajo los pies. Si por ellos fuera…

            Adelante pues, vamos a intentarlo. Sea también por mis colegas colombianos y por los amigos de las comunidades de paz que todavía resisten. Por todo lo que ha sufrido tu pueblo en manos de la violencia de los gobiernos corruptos, los paramilitares asesinos o los guerrilleros que se han convertido en bandidos…

 
                                                                 (OSCURO)

            (La habitación en penumbra. Es casi de noche. No han encendido la luz y siguen sentados. Han estado conversando durante horas. Tienen una copa en la mano y la botella de whisky abierta sobre la mesa.)

ELLA.- (Se recuesta hacia atrás, relajada. Suspira, ahora, de plena satisfacción.) ¡¡Ay… Salvador!! ¡Esto es bacano, sí, chévere de veras! Me parece increíble… ¡tenemos tantas cosas en común! (Pausa.) Me ha encantado ese relato de mi ilustre paisano García Márquez. Qué preciosa imagen la de la pareja de novios que llega a París; su dicha al ver la nieve en todo su esplendor por primera vez en su vida. ¡Y lo bien que lo has contado! Es curioso que una casi licenciada en Literatura Colombiana la descubra en boca de un catedrático español de Economía… ¿Cuándo llegara el día en que dejen de preocuparse por enseñarnos terminologías en lugar de legarnos nuestras espléndidas historias?... (Pausa.)

            Salvador… ¡estoy tan feliz!… Pensar que mañana estaré en Madrid, lejos de esta pesadilla, me parece un sueño. Esto merece otro brindis y un buen abrazo ¿no crees?

      
            (Se levanta, se acerca y le rodea alegre con sus brazos. Él mantiene el abrazo unos minutos de más).


PROFESOR.- Eres preciosa, Daniela, preciosa.

            (Con timidez, la besa. Comienza a acariciar su cuerpo. Su mirada va cambiando. Llega un momento en que su excitación se hace incontrolable. Intenta forzarla).

ELLA.- Pero, ¿qué haces? No, que no, que te digo que no… ¿Tú qué te has pensado? No me puedo creer esto… No quiero, no quiero…, te digo que no quiero y es que no… No me hagas esto, por favor, no, no.


            (Salvador insiste, con violencia. Forcejean).

ELLA.- ¡¡Suéltame, suéltame te digo!! (Le da un empujón y una fuerte patada en la entrepierna. Salvador cae al suelo). ¡Eres un cerdo!

 ¡Te voy a denunciar…, aunque me cueste la vida! ¡Malparido! ¡¡Hijo de puta!!

             (Daniela sale de la habitación dando un tremendo portazo. Sus insultos a voces no cesan en la carrera hacia el ascensor.

            Salvador sale detrás. Advierte que la puerta de una habitación contigua se cierra con sigilo. Su gesto denota contrariedad y alarma. Regresa sobre sus pasos.

            Inmóvil, rígido, permanece en el centro de la habitación unos minutos, retorciéndose las manos, pensando.

            Va hacia el teléfono. Lo descuelga con brusquedad.)


PROFESOR.- Buenas noches, ¿es la Policía de Inmigración? Quiero hacer una denuncia. (Escucha las indicaciones pertinentes a las que va respondiendo con un hilo de voz).

             (Se derrumba en la butaca como un pelele. Su cara se contrae en un rictus de amargura. Las lágrimas empiezan a correr sin consuelo ante la inesperada y despreciable revelación de sí mismo.)

 

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