lunes, 22 de abril de 2013

MARSILLACH, Adolfo, Tan lejos, tan cerca


MARSILLACH, Adolfo, Tan lejos, tan cerca, Tusquets, Barcelona, 1998.

        Adolfo Marsillach (Barcelona, 1928- Madrid, 2002), actor y director de teatro.
   
       Este libro de Memorias ganó el Premio Comillas. Está bastante bien escrito, ingenioso, ameno, con retratos y observaciones inteligentes, en ocasiones irónicas y burlonas. Su dedicatoria es prueba de ello: “A mis padres, a mis hijas, a mi mujer… y al teatro. Y también a todos los que, después de leer este libro, dejarán de saludarme”.

       Son 574 páginas y no cansa. Si te gusta el teatro y su mundillo. Uno de los artilugios biográficos que usa es que modifica los nombres de las varias mujeres con quienes ha mantenido una relación sentimental. Finalmente se casa con Mercedes Lezcano.

          Entre las muchas jugosas anécdotas que cuenta, me llama la atención la que se refiere a Fernando Arrabal, quien retira a última hora la autorización de su primer estreno en España, El arquitecto y el Emperador de Asiria, que estaba ya casi a punto de celebrarse en Barcelona. Los hechos suceden en diciembre de 1976 (p. 384). Le tilda de inmoral, torpe, hipócrita y megalómano, porque envía un telegrama utilizando a los presos políticos antifranquistas como excusa para no asistir a los ensayos de la obra.”Volveré sólo cuando estén todos en libertad. Stop”.

          Lo que buscaba Arrabal en realidad, afirma sin ambages, era la suspensión del espectáculo en Barcelona porque había firmado un contrato en exclusiva con un empresario madrileño, Antonio Redondo, para estrenar en la capital todas sus obras. A este propósito del dramaturgo sirven, según mantiene Marsillach, el profesor Ángel Berenguer y una hermana de Arrabal, quienes graban sin permiso de Marsillach una representación de El Arquitecto como “prueba” de la zafiedad manipuladora del director Gruber de quien Marsillach sería supuestamente cómplice. Marsillach, bien defendido por Jiménez de Parga, le planta cara y le acusa en público repetidas veces. Una de las supuestas manipulaciones para esta repentina retirada del cartel catalán era que habían eliminado una escena de la obra en la que uno de los actores, Prada, debía defecar en escena y el otro, Marsillach, calzarse un preservativo en plena representación. Cierto era que no estaban de acuerdo en la estética teatral propuesta, porque frente a la ceremonia “pánica” arrabaliana, Marsillach proponía la distancia como elemento de reflexión, la suma de la “crueldad” de Artaud junto a la “extrañeza” de Brecht (p. 386).

          Las dos citas siguientes debieran figurar en toda enciclopedia del teatro:

           “El problema no tiene solución: la vanidad es imprescindible para ser actor –o actriz-, pero es un fastidio que las actrices –o actores- sean tan vanidosos. (p. 22).
             
       “Los buenos actores crean a partir de sus propias cicatrices y a mí aún no me habían herido. Ahora sí; por eso ahora soy muchísimo mejor actor que entonces” (p. 131).

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