MARSILLACH, Adolfo, Tan lejos, tan cerca, Tusquets, Barcelona, 1998.
Este libro de Memorias
ganó el Premio Comillas. Está bastante bien escrito, ingenioso, ameno, con retratos
y observaciones inteligentes, en ocasiones irónicas y burlonas. Su dedicatoria
es prueba de ello: “A mis padres, a mis hijas, a mi mujer… y al teatro. Y
también a todos los que, después de leer este libro, dejarán de saludarme”.
Son 574 páginas y no
cansa. Si te gusta el teatro y su mundillo. Uno de los artilugios biográficos
que usa es que modifica los nombres de las varias mujeres con quienes ha mantenido una
relación sentimental. Finalmente se casa con Mercedes Lezcano.
Entre las muchas
jugosas anécdotas que cuenta, me llama la atención la que se refiere a Fernando
Arrabal, quien retira a última hora la autorización de su primer estreno en
España, El arquitecto y el Emperador de
Asiria, que estaba ya casi a
punto de celebrarse en Barcelona. Los
hechos suceden en diciembre de 1976 (p.
384). Le tilda de inmoral, torpe,
hipócrita y megalómano, porque envía un telegrama utilizando a los presos
políticos antifranquistas como excusa para no asistir a los ensayos de la
obra.”Volveré sólo cuando estén todos en libertad. Stop”.
Lo que buscaba Arrabal en
realidad, afirma sin ambages, era la suspensión del espectáculo en Barcelona porque había
firmado un contrato en exclusiva con un empresario madrileño, Antonio Redondo,
para estrenar en la capital todas sus obras. A este propósito del dramaturgo
sirven, según mantiene Marsillach, el profesor Ángel Berenguer y una hermana de
Arrabal, quienes graban sin permiso de Marsillach una representación de El Arquitecto como “prueba” de la
zafiedad manipuladora del director Gruber de quien Marsillach sería supuestamente
cómplice. Marsillach, bien defendido por Jiménez de Parga, le planta cara y le
acusa en público repetidas veces. Una de las supuestas manipulaciones para esta
repentina retirada del cartel catalán era que habían eliminado una escena de la
obra en la que uno de los actores, Prada, debía defecar en escena y el otro,
Marsillach, calzarse un preservativo en plena representación. Cierto era que no
estaban de acuerdo en la estética teatral propuesta, porque frente a la ceremonia “pánica”
arrabaliana, Marsillach proponía la distancia como elemento de reflexión, la
suma de la “crueldad” de Artaud junto
a la “extrañeza” de Brecht (p. 386).
Las dos citas siguientes debieran figurar en toda
enciclopedia del teatro:
“Los buenos actores crean a partir de sus
propias cicatrices y a mí aún no me habían herido. Ahora sí; por eso ahora soy
muchísimo mejor actor que entonces” (p. 131).
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