lunes, 22 de abril de 2013

SARAMAGO José, Levantado del suelo, Santillana 2007. (1ª ed., 1980)


SARAMAGO José, Levantado del suelo, Santillana 2007. (1ª ed., 1980)

             (Propiedad personal).

            “Del suelo se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede levantarse un libro”, dice Saramago (Azinhaga, 1922-Lanzarote, 2010).

Son palabras del premio Nobel de 1998 en uno de los libros más emocionantes que he leído sobre el despertar de la conciencia y la esperanza, sobre la explotación, centrada aquí en la de los campesinos en los tiempos aciagos de la dictadura de Salazar, sobre el hambre y las privaciones, sobre la Iglesia y su colaboración con los amos, sobre el compromiso y la valentía callada de los comunistas puros.

Se sitúa en el Alentejo portugués y tengo que decir que me ha gustado más que ningún otro libro de Saramago, del cual he leído casi todas sus famosas novelas posteriores (El año de la muerte de Ricardo Reis, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte), además de sus memorias de infancia, Las pequeñas memorias, y su guía Viaje a Portugal. Es su cuarta novela, muy diferente a su estilo más conocido, ese largo discurso sin párrafos ni puntos, plagado de abstracciones e ideas muy conceptuales en un discurso denso que no da tregua al lector.

Sin poseer una técnica completamente tradicional, se distingue mucho del estilo de sus obras posteriores, ya que en esta novela de 400 páginas hay: una cierta estructura (se divide en capítulos, aunque no lleven título), personajes bien definidos, distintas voces (aunque la del autor monologando consigo mismo y con los protagonistas ya está bien patente y resulta en este libro muy expresiva) y, sobre todo, la creación realista de un ambiente, un espacio y tiempo vividos de la opresión social y política.

Por encima de otros muchos valores, lo que se destaca es su sensibilidad hacia los oprimidos, llena de ternura y afán de justicia. Es una novela en la que la ideología y el compromiso del escritor quedan patentes, sin que ello disminuya en absoluto su calidad literaria.

            Recojo dos citas en las que la acusación se funde con el uso magistral de la ironía.
 
            En la primera, denuncia la colaboración de los curas con el poder injusto, sus esfuerzos para mantener al pueblo en la sumisión y la reverencia a las fuerzas del orden, en la ignorancia y el miedo, todo ello aliñado con las mentiras y maldiciones contra los comunistas para alejar el menor riesgo de revuelta campesina:
           
Pero el padre Agamedes también clama, Ciertos hombres que andan por ahí sigilosamente sacándoos de vuestro común sentido, y que la gracia de Dios Nuestro Señor y de la Virgen María quiso que en España hayan sido aplastados, vade retro Satanás y abrenuncio, he de deciros que huyáis de ellos como de la peste, del hambre y de la guerra, pues son la peor desgracia que sobre nuestra santa tierra podría caer, plaga digo como la de la langosta sobre Egipto, y por ello no me cansaré de deciros que debéis prestar a tención y obedecer a los que saben más que vosotros de la vida y del mundo, mirad a la guardia como a vuestro ángel de la guarda, no le guardéis rencor, que hasta el padre se ve a veces obligado a golpear al hijo a quien tanto quiere y ama, y todos sabemos que más tarde el hijo dirá, Fue por mi bien, (…) (pág. 136)
 
            La segunda cita relata el ocultamiento de la tortura y más que probable asesinato de un detenido en comisaría. Nos enfrenta de un modo minucioso, tan característico de Saramago (el autor dialoga con el personaje y lo pone en evidencia), a la vil cobardía y a las falsedades de un médico canalla, que traiciona por miedo su juramento hipocrático y su conciencia:
 

Dígame, doctor Romano, médico delegado de salud, jure por la memoria de Hipócrates y sus actualizaciones en forma y sentido, dígame, doctor Romano, aquí bajo este sol que nos alumbra, si es realmente verdad que este hombre se ha ahorcado. Alza el doctor delegado de salud su mano diestra, posa sobre nosotros sus ojos cándidos, es hombre muy estimado en la ciudad, puntual en la iglesia y meticuloso en el trato social, y habiéndonos mostrado su alma pura, dice, Si alguien tiene un alambre enrollado dos vueltas en su propio cuello, con una punta sujeta a un clavo encima de la cabeza, y si el alambre está tenso por causa del peso aunque parcial del cuerpo, se trata, sin duda, técnicamente, de ahorcamiento y, habiendo dicho esto, baja la mano y se va a sus ocupaciones, Pero mire, doctor Romano delegado de salud, no vaya tan de prisa que todavía no es hora de cenar, si es que le queda apetito después de aquello a lo que asistió, hasta me da envidia un estómago así, dígame si no vio el cuerpo del hombre, si no vio las mataduras, los verdugones, las llagas, los cardenales negros, el aparato genital reventado, la sangre, Eso no lo vi, me dijeron que el preso se había ahorcado y ahorcado estaba, no había más que ver, Será mentiroso, romano doctor y delegado de salud, cuándo, cómo y por qué se ha aficionado a ese feo hábito de mentir, No soy mentiroso, pero la verdad no la puedo decir, Por qué, Por miedo, Pues vaya en paz, doctor Pilatos, duerma en paz con su conciencia, forníquela bien, que ella bien los merece, a usted y a la fornicación, Adiós, señor autor, adiós, señor doctor,” (204).

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario