miércoles, 1 de mayo de 2013

LEVI Primo, Trilogía de Auschwitz

LEVI Primo, Trilogía de Auschwitz, El Aleph, Barcelona, 2005. Prólogo de Antonio Muñoz Molina. Traducción de Pilar Gómez Bedate. (BUC LHg LEV, P.)

             Componen la trilogía: Si esto es un hombre. La tregua. Los hundidos y los salvados.

            Primo Levi (Turín, 1919- Turín, 1987) nació en Piamonte, en el seno de una familia judía. Se graduó como químico en la Universidad de Turín en 1941. Debido a su participación en la lucha de resistencia contra el fascismo en el norte de Italia, fue capturado y deportado al campo de concentración de Auschwitz en 1944, donde permaneció hasta la liberación del campo por los soldados rusos en 1945. Tras un endiablado viaje de retorno por el este de Europa que relata en La tregua, Levi regresó a Turín donde trabajó como químico y comenzó su labor literaria. Murió aparentemente por suicidio, pero tal hecho sigue todavía en duda.
             Publicó su primer testimonio sobre los campos de exterminio nazis en 1947 con el título Si esto es un hombre, al que siguieron La tregua en 1963 y Los hundidos y los salvados en 1986.

          Hemos leído bastantes cosas sobre el exterminio de los judíos, pero nada tan estremecedor como esta trilogía ni tan bien escrito y traducido.
            Levi dice que relata como mero testigo, pero no es del todo cierto. También hace juicios de valor sobre los episodios y las personas de aquella tremenda crueldad, tan inhumana que resulta en verdad reveladora sobre la verdadera condición humana, sobre lo que el ser humano es capaz de hacer contra otros semejantes. Proporciona una documentación de extraordinario valor sobre las razones de comportamientos que nos pueden parecer increíbles, pero que son ciertos. Se desarrolla la narración a lo largo de un calvario de dos años, los que duró su cautiverio en el “Lager” y la azarosa vuelta a Italia con la misma hambre y el mismo frío del campo.
            A pesar del horror, uno siente una extraña fascinación al leer estas 652 páginas, una emoción profunda al conocer los detalles verídicos de aquella atrocidad, la más grande que ha vivido la humanidad, junto a la indignación y la vergüenza de que haya podido ocurrir.
            Habla de las condiciones de horror: cansancio crónico, sueño, frío y hambre extremos; trabajo físico hasta la extenuación; palizas, patadas sin fin, brutalidad; enfermedades, agudos dolores sin ninguna ayuda ni paliativo; incomunicación; “selecciones” públicas de los que van destinados a las cámaras de gas… Y la soledad y la impotencia más intolerables. Sobre la puerta del campo de exterminio un letrero sarcástico con tres palabras: “Arbeit Macht Frei” que significa: “El trabajo nos hace libres”.
            Cuenta, entre otros aspectos estremecedores, cómo se ingresaba en el campo creyendo en la solidaridad de los compañeros, pero que, salvo excepciones, no se ayudaban, sino que se agredían entre sí. Este golpe inesperado se producía muy al principio y derribaba por ello la capacidad de resistencia. Para muchos, dice Levi (p. 499) fue mortal, indirecta y hasta directamente. Y argumenta: es difícil defenderse de un ataque para el cual no se está preparado. Salvo los que tenían una enérgica conciencia moral y mínima capacidad organizativa (los combatientes políticos, especialmente) los prisioneros estaban aislados, sin ninguna posibilidad de ayudarse, sólo ocupados en sobrevivir del hambre y el frío cada minuto. Se convertían en “no personas”: degradados, humillados, hundidos. De eso se trataba, de convertirlos en bestias para que su entrada en las cámaras de gas no perturbase a sus verdugos. Los castigos a los escasos rebeldes eran terribles y a la vista de todos: a uno que pide más sopa le meten la cabeza en el caldero hasta que se ahoga; a otro de la "Escuadra Especial", los judíos encargados de llevar los cadáveres asfixiados por el gas a los crematorios, le meten vivo en el horno como escarmiento y aviso a sus compañeros.
            Son muy reveladoras sus respuestas a las numerosas preguntas que sus lectores le formulan y que Levi recoge en el Apéndice de 1976 a Si esto es un hombre. Entre otras, su afirmación rotunda de que el país entero sabía que existían los campos de concentración donde se encerraba a los judíos y a todos los disidentes (comunistas, liberales, católicos, etc.), porque a los nazis les interesaba que se supiese lo extremadamente peligroso que era oponerse a Hitler y, asimismo, su certeza de que la gran masa de los alemanes ignoró siempre los detalles más atroces de lo que ocurrió más tarde en ellos: el exterminio metódico a escala de millones (p. 219).
            Critica la película de Liliana Cavani Portero de noche porque considera que identifica a víctimas con verdugos (p. 508) y señala que mi admirado Bruno Bettelheim también estuvo en el campo de exterminio (p. 543). Su pesadilla como superviviente es que la realidad es un sueño y que cuando despierte va a continuar en el “Lager”. También que lo más tremendo es que prisioneros de los campos de exterminio no son creídos y ni siquiera escuchados; hasta sus familiares interrumpen el relato y se ponen a hablar de cualquier otra cosa.
            Es muy clarividente cuando analiza el autoengaño que se fabrican los torturadores, los cómplices y los culpables del magnicidio. Se fabrican una realidad cómoda, se alejan de los recuerdos que les repugnan, los olvidan o los sustituyen por otros. La distinción entre lo verdadero y lo falso pierde sus contornos y se acaban creyendo lo que han inventado. “El paso silencioso de la mentira al autoengaño es útil: quien miente de buena fe miente mejor, recita mejor su papel, es creído con más facilidad por el juez, el historiador, el lector, la mujer, los hijos.” (p. 489).
            Su testimonio responde a la exigencia de que esto no se nos olvide y sirva de advertencia como señal del peligro siempre latente de que pueda volver a repetirse.
             Contra quienes quieren borrar el pasado, Levi lanza su mensaje y su maldición en este inmortal poema:

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros
en vuestras casas caldeadas.
Los que encontráis, al volver por la tarde,
la comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
quien trabaja en el fango
quien no conoce la paz
quien lucha por la mitad de un panecillo
quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
quien no tiene cabellos ni nombre
ni fuerzas para recordarlo.
Vacía la mirada y frío el regazo
como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
al estar en casa, al ir por la calle,
al acostaros, al levantaros;
repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
la enfermedad os imposibilite,
vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

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