Ésta es una buena muestra del cine alternativo que hoy se
desarrolla contra viento y marea y que nos ofrece el regalo impagable de
historias bien contadas con pocos medios. Así, Las nieves del Kilimanjaro de Guédiguian, El Havre de Kaurismäki, La caza de Vintenberg o
Bestias del sur salvaje de Zeitlin.
La bicicleta verde.
Wadja (2012), en coproducción con Alemania, es la primera película de
Haifaa Al-Mansour, prometedora directora que es, a su vez, la primera mujer que
dirige cine en Arabia Saudí, un país sin salas de exhibición. Nos acerca con
habilidad a la vida cotidiana de la gente corriente de un país, del que muchos
sólo teníamos la imagen de los mega millonarios jeques con sus inseparables turbantes.
Desde la primera
escena, simpatizas con esa niña avispada de grandes ojos negros que recita sin
ganas la aburrida salmodia de los versos del libro sagrado. La cámara capta su
actitud distraída del rezo, que no ausente. Por el contrario, lo observa todo,
mientras se balancea en sus zapatillas deportivas que contrastan con los
zapatos iguales de sus compañeras de clase.
Wajda tiene diez años, una alegría permanente
y enormes ganas de descubrir y disfrutar la vida. Corretea con sus faldas hasta los pies por las calles de Riad camino
del colegio de rígidas doctrinas, siempre con el velo resbalando por su melena
al viento. Ella no sólo quiere ser libre, es libre. Lo es por el sueño que
persigue contra las convenciones y creencias: la bicicleta censurada para las
niñas, porque supuestamente perderían la virginidad; lo es por la ingeniosa
búsqueda de pequeñas ganancias de dinero para intentar comprarla; por sus
pequeñas trampas y ardides para escapar a la vigilancia escolar y por su
rebeldía inteligente ante una directora talibán que no consigue transmitirle su
amargura represora. Es ingenua y atrevida, tenaz y divertida, dulce y cariñosa,
y nos conquista para siempre con un ambicioso plan para conseguir su meta:
aprenderse El Corán de memoria y cantarlo con una voz preciosa, y además al
gusto de la ortodoxia más estricta, aunque para ello haya de cambiar sus gestos y modales.
La película posee
agilidad narrativa y un buen guión que desprende vitalidad y frescura. Denuncia
sin señalar y es profundamente moral. Y lo mejor es que lo hace sin sermones.
Es una película de emociones que transmiten valores humanos contra la
discriminación sexista y las costumbres opresoras. Lo consigue con imágenes
estupendas de fuerte simbolismo, como la bicicleta verde que parece que vuela sobre
el muro que la separa de la niña; con personajes bien caracterizados que representan
arquetipos sociales, a la vez que muestran sus contradicciones y su lucha personal:
además de la niña protagonista, la madre desatendida y el padre ausente, el niño enamorado o la intransigente
maestra.
Me parece un
rasgo muy original el contraste que la película ofrece entre lo público y lo
privado, que supongo refleja una realidad que nos resulta desconocida a los
occidentales: el ámbito público es rígido, sombrío y amenazante, dominado por prejuicios
y prohibiciones; mientras que el espacio privado está lleno de ternura,
sensualidad y fuerza personal.
Los dos episodios
del desenlace son magníficos y reveladores de las varias lecciones subyacentes. El de la
niña posee la picardía y el humor que ha sobrevivido a un castigo tan sibilino
como cruel por parte de la musulmana fanática; el de la madre revela, además
del amor y el apoyo a la niña humillada, su propia victoria sobre el repudio
masculino, quizás como el fructífero resultado de la lección de valentía y
dignidad que recibe de su propia hija.
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